Un día, en que el viejo guardián miraba al horizonte, vio que una ola grande se elevaba hasta el cielo. Corrió hacia la casa, tomó una rama encendida de la chimenea y gritó: -Yon, Yon, trae otra.
-¡De prisa, Yon, prende fuego a los campos!
El pequeño pensó que el abuelo había perdido la razón, pero obedeció, tiró su antorcha y se encendieron los arrozales.
Desde abajo, los habitantes del pueblo vieron sus campos arder y salieron alarmados dando gritos.
Nadie quedó en el poblado.
Al llegar preguntaron:
-¿Quién ha sido? ¿Por qué lo ha hecho?
El viejo guardián dijo con serenidad:
-He sido yo. Mirad al mar.
Entonces vieron cómo una ola gigantesca, avanzaba hacia la costa, penetraba en la tierra, y arrasaba con cuanto encontraba a su paso. En pocos minutos el pueblecito desapareció.
El viejo guardián miró satisfecho a todos los habitantes, bien seguros en la cima del monte. ¡Los había salvado con la ayuda del pequeño Yon!
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